Emile Dunkhem, antropólogo francés señalo a principios del siglo pasado que una de las contribuciones de la religión es la de “sostener y reafirmar a intervalos regulares los sentimientos y las ideas Colectivas que conforman la Unidad y personalidad de un grupo social”
Situados en tiempo y espacio en este Lujan del Siglo XXI, siendo este el principal centro religioso de la región, es importante comprender la importancia que adquiere un centro ecuménico donde se contemplen la pluralidad de creencias y cosmovisiones, un recinto donde se puedan manifestar las distintas expresiones culturales que confluyen en este punto del planeta. En este siglo, donde los paradigmas tambalean y donde la fragmentación y el fundamentalismo religioso o ateo parecieran aflorar, una buena propuesta sería el intentar promover este espacio de encuentro, donde se puedan manifestar las distintas creencias y donde se fomente el intercambio y la aceptación de lo diferente.
Como artistas arquitectos tenemos que diseñar un recinto que por su destino deberá poseer un fuerte contenido simbólico donde se pueda evidenciar lo trascendente o sobrenatural de la actividad de culto. En pocas palabras un espacio Mágico.
Atravesando tiempos y culturas nos encontramos con múltiples concepciones de lo divino, así como también sus formas de representación que son casi una constante.
Somos materia, tierra y desde las tinieblas nacemos y ansiamos la luz, desde los zigurats en la mesopotamia a las pirámides de Egipto o mesoamericanas, el frontis de los templos griegos, deviene el triangulo símbolo de lo divino que también atraviesa las iconografías cristianas (santísima trinidad) celta (trébol) masónica, y doble conformando la estrella de David hebraica, siendo a su vez considerada la figura indeformable de la geometría euclídea si la estudiamos de manera racional.
Otra simbología persistente en las culturas es la circunferencia, símbolo del todo como polígono de infinitos lados representación del vasto universo, de los discos celestes, los planetas, de la luna, el sol y de dios.
Así podríamos seguir enumerando iconos y simbologías, pero hay un recurso que por su cualidad y presencia es una constante omnipresente; el uso y el tratamiento de la LUZ como símbolo de lo sobrenatural y divino. La luz es lo que da vida fuerza y energía.
El sol da luz y calor y permite la supervivencia, de ahí que la mayoría de las culturas le otorgan el papel de dios principal.
Todos sabemos la importancia de la luz en los templos egipcios desde el rayo de sol entrando en la oscuridad de un templo hasta su materialización en obeliscos.
La iluminación de templos e iglesias cristianas donde a través por ejemplo de la linterna permite iluminar y teñir de un halo sobrenatural el espacio sagrado.
Los vitreaux, los claroscuros contrastantes, y como éstos reflejan la materialidad del espacio de culto han sido manejados con maestría causando múltiples efectos visuales.
Hasta quienes tomaron como bandera la razón contra toda superstición se denominaron Iluministas, por su declarada finalidad de disipar las tinieblas de la humanidad mediante las LUCES de la razón.
Para finalizar quisiera aportar algo que injustamente no es tan difundido y es la utilización de la Luz el brillo y el color en nuestros pueblos prehispánicos como metáforas de lo sagrado y que deberíamos tener en cuenta a la hora de proyectar.
El siguiente es un extracto de un texto de la antropóloga Ana Maria Llamazares, Metáforas de la dualidad en los Andes: Cosmovisión, arte, brillo y chamanismo.
(…) Luz, brillo y color: Metáforas de lo sagrado
El sentido de la simetría y los desdoblamientos como metáforas plásticas de la dualidad nos acerca a otro campo de fenómenos con un significado muy relacionado: el de la luz, los reflejos, el brillo y la iridiscencia. “todos ellos tienen en común la cualidad del desdoblamiento, algo que a nivel físico es propio de la luz, y a nivel metafísico, es propio de los dioses”.
Como muestran la cosmogonía y la teogonía andinas, es condición divina y sagrada por excelencia la posibilidad de desdoblarse, distinguiéndose del resto de lo creado por conservar la capacidad de reunificarse. Todo lo existente es creado por desdoblamientos a partir de dualidades, pero lo divino no solo se desdobla para manifestarse, sino que tiene la capacidad de replegarse para recuperar su unidad original. Esta peculiaridad solo se transfiere en la tierra a ciertos individuos especiales, como los sacerdotes y los chamanes, capaces de desdoblar su conciencia, desplazarse a otras dimensiones y regresar a su realidad de partida.
La luz como elemento natural, posee atributos semejantes por su posibilidad de descomponerse en los siete colores del espectro y recomponerse uniéndose nuevamente en un solo as de luz. La luz blanca y por consiguiente el color blanco, es el que contiene a los demás colores. El brillo por su parte, no es más que la manifestación visible de los reflejos que produce la luz al chocarse con superficies pulidas. Los reflejos se ven en general como destellos de luz blanca. La graficación geométrica biplanar de este fenómeno genera imágenes que responden a estructuras compositivas basadas en los diversos principios de simetría.
Es prácticamente universal el simbolismo que asocia la luz, lo brillante, lo iridiscente, el color blanco y la claridad con los diferentes conceptos de la divinidad, lo sagrado como fuerza cósmica trascendente y la totalidad (Eliade 1984). Nicholas Sanunders se ha ocupado de ejemplificar ampliamente la atracción y la apreciación por los objetos brillantes a lo largo de toda América, fenómeno que conceptualiza como una “estética del brillo” basada en los valores positivos y sobrenaturales atribuidos a la luz y por tanto a todo lo que emita su reflejo.
“ aunque con diferente significado para cada sociedad, diversos materiales compartían el carácter sagrado de la luz cósmica encarnada en formas materiales: textiles multicolores, imágenes pintadas, cerámicas iridiscentes, metales resplandecientes, maderas pulidas, plumas coloridas y cuentas de conchillas con reflejos brillantes como el cristal, la turquesa, la obsidiana, esmeraldas y perlas, así como el sol, la luna y el fuego.”(…)
En el arte andino, tanto precolombino como actual, pareciera que ciertas combinaciones de colores han gozado de gran predilección. El juego de los opuestos encuentra su manifestación en el tratamiento cromático a través de la oposición entre lo claro y lo oscuro, o el enfrenamiento de los pares de colores complementarios, como el rojo y el verde, especialmente usados en el arte textil y el mundo andino en general, o de combinaciones contrastantes, como el rojo y negro, cuyo sentido se refuerza muchas veces por la disposición según enfrentamientos simétricos. Este último caso es común en la cerámica del Noroeste argentino, especialmente en la decoración geométrica de estilos cerámicos tardíos como Santa María, Belén o Averias en los que el par rojo/negro se utiliza en alternancia dentro de complejas figuras geométricas y lineales o en el enfrentamiento según los ejes de simetría. En relación al cromatismo como recurso metafórico de lo sagrado y la idea de totalidad quisiera incluir también una mención al uso de la reiteración multicolor dispuesta en series consecutivas o en dameros, tan utilizado en el arte textil, así como en el emblemático ejemplo de la whipala, la insignia actual del Tawantinsuyu.
Diego Fernando Servetto.