Sunday, June 16, 2013

INGLATERRA Y LOS GAUCHOS

¡Hayjuna, Mr. Mac Dougall!!!, Between, no more!! (Entre, nomas )!!

A unos imprecisos veinte metros de profundidad y con la máscara casi pegada al fondo, estaba abanicando la arena entre los restos de un naufragio que, según dichos, pertenecían a un antiguo galeón. La expectativa de quien busca desenterrar objetos del pasado, se asemeja a la de un jugador empedernido esperando que la bola caiga en su número, cosa que habitualmente no pasa…
Casi a punto de terminar el aire de mi tanque de buceo y ya dando por finalizada mi búsqueda, comenzaron a aparecer de a una, luego de a dos y tres y después de a montones, una considerable cantidad de balas esféricas de plomo, de aquellas disparadas por los mosquetes de avancarga utilizados desde el siglo XVI.
La inmensa alegría producida en mi por tal hallazgo, no hubiese sido mayor si en lugar de balas de plomo hubiese encontrado doblones de oro,  y lo digo con total sinceridad.
A los veinte años de edad llegamos hasta ese naufragio en el Brasil con mi arquihermano Adrián Beloso gracias a Buby, un viejo amigo familiar y personaje legendario, buzo, navegante, cazador y contador de las mejores historias de naufragios y tesoros, con quien junto a su entrañable esposa Lulú, pase las mejores veladas imaginándonos nuevos sitios de buceo entre cartas náuticas, aromas de destilados y tabacos, y claramente influenciados por la lectura de Millones bajo el Mar, libro sobre el rescate de toda una flota española hundida en 1715 en la península de La Florida que cargaba toneladas de oro y plata. Todavía ni imaginaba como aquellas agradables experiencias iban a teñir mi profesión y mi vida de forma definitiva.
Volviendo al barco en cuestión, durante años recuperamos balas de cañón, mosquetes, pedernales de chispa, bombardas, estribos, espuelas, losa, frascos de remedios, hebillas y restos de objetos de toda índole, y obviamente más balas de mosquete. Pero sorprendentemente todos de origen inglés, y no portugués como suponíamos cuando nos iniciamos en estas cuestiones. Todo tenía o escudos ingleses, o leyendas inglesas, o estética inglesa. Inclusive los mosquetes llevaban grabado en sus platinas metálicas la corona británica y la palabra Tower, y también en sus culatas las siglas IP II, que más tarde sabríamos que significaban Imperator Petrus II, Don Pedro II, emperador del Brasil durante la Guerra de la Triple Alianza.




Ahora todo se aclaraba. Supimos que el barco se llamaba California y bajo bandera inglesa traía un importante cargamento de armas y pertrechos de guerra para el ejército brasilero que estaba combatiendo desde hacía un año junto con Argentina y Uruguay contra el Paraguay. En su gran mayoría, rezagos militares ingleses de la guerra de Crimea, ya que su tecnología no evidenciaba los avances de la época en materia de armas. Nos podríamos preguntar ¿qué cuernos hacía Inglaterra en Crimea? Seguramente lo mismo que en Malvinas, o en Sudáfrica, en la India y tantos otros sitios. No olvidemos su voluntad expansionista, y que fácil y redituable debe haber resultado la venta de armas para una guerra con millares de sud americanos y países en formación con ansias de conquista…
Desacuerdos aparte, el hecho es que el barco exploto y se hundió en Angra dos Reis en septiembre de 1866, en el mismo momento en que el Paraguay derrotaba a las tropas de Mitre en Curupayti, donde moriría Dominguito, hijo de Sarmiento.


Debido al fracaso de las dos invasiones inglesas en el Rio de la Plata antes de nuestra Revolución de Mayo, la corona británica decidió tener cierto dominio sobre la región a través del comercio de sus manufacturas industrializadas y al mismo tiempo obtener materia prima económica, indispensable para el desarrollo de sus industrias y del libre comercio.
Tanto el gaucho del Rio de la Plata como el gaúcho del sur del Brasil, en épocas coloniales denominados Gauderios, habían desarrollado particulares características tanto en su forma de vida, sus costumbres y sus vestimentas, como en sus elementos de uso cotidiano. Estas cuestiones fueron el resultado del mestizaje del europeo, español o portugués, con el indígena, y en este personaje autóctono es en el que se hace carne la utilización de la plata como material esencial para la confección de sus objetos más significativos.
Inglaterra ve desde épocas muy tempranas, allá por 1820, un potencial mercado entre los gauchos y colonos de nuestra región, fabricándoles todos los elementos de uso personal que históricamente estaban confeccionados por indígenas o por plateros, o bien habían sido heredados de la época colonial. Tal es así que aparecen en las pampas a la venta estribos, espuelas, rebenques, botones de rastra, tiradores, palmatorias, despabiladores, etc., pero que en vez de estar confeccionados en noble plata, se los hacía de noble bronce…






Gruesos calderos españoles de cobre fueron reemplazados por otros idénticos, pero más delgados. Ponchos, chiripas, mantas, fajas y todo tipo de textiles copiando con exactitud los originales rioplatenses pero hechos de forma industrial o semi industrial, permitieron también la entrada y aceptación de novedosas telas de uso europeo.
Durante todo el siglo XIX la afluencia de colonos ingleses, escoceses e irlandeses que vieron con buenos ojos la posibilidad de instalarse en nuestras tierras para trabajos rurales, reafirmaron este mercadeo integrándose a nuestros gauchos en absoluta sintonía. Famosos son los relatos de viajeros ingleses como John Miers, William Mac Caan, J. Beaumont, Charles Darwin y otros, en las descripciones de sus recorridos describiendo con mucha precisión la adaptación a las costumbres locales de los súbditos de la corona británica. Tal es así que no se reedita una arquitectura rural británica en el Plata, sino que por el contrario, los británicos adoptan los modelos constructivos autóctonos.
Si se han impuesto los modelos británicos de infraestructura como la Aduana de Taylor y luego los puertos y ferrocarriles con sus correspondientes viviendas, tema que merece un capítulo aparte.
Inclusive en la campaña se produce un gran cambio en los tipos de ganado a criar. El ganado ovino desplaza significativamente al tradicional ganado vacuno. Por lo tanto también varía la alimentación que antaño era casi exclusivamente basada en la carne de vaca, y que es en gran parte reemplazada por la de oveja, como nos indican los censos de 1881 de San Antonio de Areco, con una superficie cultivada de 1390 hectáreas, y el ganado vacuno llegaba a 38468 cabezas, mientras que el lanar ascendía a 636992, cifras más que elocuentes.
Aparecieron también con ellos pesados vasos de pulpería, limetas de ginebra, pipas de caolín, botones de cerámica, frascos de tinta, botellas de cerveza y cerámicas muy variadas ,todos ellos objetos que se comercializaron en las pulperías y que rápidamente adoptaron nuestros gauchos.











Los inmigrantes escoceses e irlandeses eran contratados por los criollos por sus cualidades para cavar los zanjeados que rodeaban potreros y viviendas en épocas anteriores al alambrado para la protección de huertas y  ganados, y además evitar ataques de indígenas o matreros  Este tipo de forma de apropiación del suelo coincide con la descripción y los dibujos que el padre Florián Paucke publicara en su libro Hacia Allá y Para Acá a mediados del XVIII.


Estas cuestiones provocaron un impacto importante en la difusión de objetos significativos de uso autóctono, que hasta la época colonial estaban solamente al alcance de los estancieros.  Ahora un inmigrante, un gaucho humilde, un puestero, podía adquirir copias en bronce mucho más accesibles pero con igual carga estética y simbólica que las originales de plata.
Para ser honestos en cuanto a la simbología en la platería criolla, con el paso del tiempo la flor del cardo y la flor de Liz, símbolos ancestralmente británicos, pasan a convivir y luego a desplazar a la hoja de la estrella federal y a la flor del ceibo, que junto con la flor del duraznillo identificaron al gaucho de las pampas hasta mediados del XIX. Durante el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX todos estos motivos se entreveraron con las águilas bicéfalas de la casa de Austria coloniales, las plumas del ñandú, y motivos indígenas diversos, conformando un nuevo simbolismo cultural del gaucho llegando hasta nuestros días.
Tenemos con los súbditos de la corona sentimientos encontrados… Gran Bretaña ha querido dominar nuestro territorio a través de las armas, posteriormente ha sacado provecho de el con su poderío económico y comercial. Sabemos que no nos resulta digerible la invasión de nuestras islas Malvinas en 1833. Sin embargo, y con una mirada amable de nuestra parte, al contemplar al hombre que vino a ganarse el pan con su trabajo y arriesgando a su familia en la campaña de estas tierras tan inseguras y lejanas, no podemos menos que aceptar esa valiente determinación, y luego su adaptación a las costumbres autóctonas, aportando características peculiares que terminaron de consolidar al gaucho tal cual lo pintan José Hernández y Ricardo Guiraldes.





Sería bueno, como reflexión y no como critica, preguntarnos porque siempre terminamos adoptando símbolos culturales ajenos. El cardo fue traído accidentalmente desde Europa, y hoy forma parte del paisaje pampeano como si siempre hubiese estado allí, es lógico que represente al gaucho por un sincretismo de algún modo, casual. Pero, y la flor de Liz? En Areco la iglesia que dio origen al pueblo y que cambio su fisonomía colonial por la actual, convive en un mismo eje urbanístico e idéntica orientación a pocas cuadras de distancia con la de San Patricio, santo patrono de Irlanda, e imagino, no es un hecho casual…De todos modos, bienvenidos sean, ya forman parte de nuestro acervo cultural, al que tenemos la obligación de custodiar.





Varios años atrás, Buby y Lulú me piden que los asesore sobre qué casa antigua comprar, entre las cuales había una en los pagos de Areco que me gustó tanto que le dije: Mira Buby, si no la compras vos, la compro yo… ( y no estaba alardeando). Con esa presión en la nuca, obviamente la compraron. Al poco tiempo Lulú, gran artista plástica, muy entusiasmada me comenta que al final de la calle vive un artista plástico muy renombrado, y que charlando con él, arreglo que debíamos juntarnos, ya que hablaba de temas que coincidían con mis preocupaciones sobre una búsqueda y construcción de identidades propias. Un día y de casualidad, encontramos a este artista almorzando en Marcos Paz.  Lulú nos presentó, y el efectivamente demostró interés pese a las pocas palabras que pudimos cruzar mientras se enfriaba su almuerzo. Quede en visitarlo en su casa de Areco, cosa que jamás hice por esas idioteces que tenemos al suponer que los trenes van a pasar ininterrumpidamente.
Años más tarde, Nadia Michelin  me envió una imagen de un rancho hecho de huesos por Luis Benedit, artista plástico y arquitecto. A esta obra que admire, luego la utilice como ejemplo en el escrito Hacer Leña del Árbol Caído  que he publicado en nuestro blog.

Este marzo pasado, Diego Servetto me regala un catálogo de una muestra de Luis Benedit, en el que recién ahí yo, neófito y torpe de mi parte, conozco su obra, y especialmente una llamada De  Baradero a san Antonio de areco. Al leer ese título es cuando reacciono y me madrugo reconociendo al renombrado artista plástico que Lulú me presento y que tanto me insistió en visitar en su casa de los Pagos de Areco.

Lo conocí solo como Luis. Nunca supe su apellido. Ni tampoco charle con él.

Esas charlas quedaron en el tintero ya que Lulú y Luis partieron, pero, tal vez mostrando parte de su prolífica obra, sus composiciones tan arraigadas en nuestras cuestiones identitarias camperas, o mejor dicho, arequeras, y su particular visión de arquitecto/artista, pueda de alguna forma redimirme o apaciguar esta sensación que tengo de no haber cumplido con lo prometido.








Ya que, como sabemos, los trenes no suelen pasar tan seguido, me junto con Buby a charlar de tiempos pasados, y envueltos entre aromas de destilados y tabacos, mientras le muestro las ultimas pipas que encontré, volvemos a bucear entre naufragios, esta vez, solamente imaginarios.


Alejandro Falabella