Les acercamos el Masterplan
del Campus de la Universidad de Ciencias Económicas de Viena, resultado de un complejo camino de decisiones, dos concursos abiertos, el Masterplan y los proyectos de los edificios, que por sus características y planteo conceptual,
pueden más allá de las diferencias temáticas y contextuales, acercarnos a la problemática, herramientas
y criterios de intervención urbana actual, entendido no como un modelo a
copiar, sino como un ejemplo de aplicación en un entorno cultural y temático específico.
El planteo es espiritualmente abierto en el sentido
urbano, arquitectónico y paisajístico. La construcción de
un campus universitario, lleva consigo
la inspiración y la promesa de una ciudad ideal, suerte de utopía urbana capaz
de replantear los cambiantes desafíos de la institución educativa. Por lo
tanto, toda decisión de proyecto urbano, arquitectónico e incluso de expresión
arquitectónica, serán posibles formas de expresar este ideal o, incluso, de
promoverlo.
El proyecto urbano nos enfrenta a la inherente dificultad de mediar entre
posibilidades contrapuestas, entre la unidad y la diversidad, entre la
simplicidad y la complejidad, entre lo previsible y lo aleatorio, entre lo
cerrado y lo abierto.
Un campus a la vez orquestal y
de construcción simultánea es un desafío singular. El Masterplan daba la oportunidad a distintos arquitectos de participar en su construcción. Tal como ocurre en un proyecto urbano, éstos
se encontraron con una posibilidad volumétrica relativamente abierta.
Condicionada, pero no determinada por un cubaje preestablecido. De esta forma,
daba la oportunidad a cada autor de sacar lo mejor de sí mismo y del sitio. Ese
grado de libertad fue administrado por la necesaria asimilación que el Masterplan exigía a cada edificio, de modo que
contribuyese positivamente a la delimitación de los espacios públicos
principales, delineando una impronta que sería variable, pero previsible.
La forma final de los edificios, estaba planteada por los
indicios de los lotes y las volumetrías genéricas esbozadas por el Masterplan. La
unidad del conjunto depende entonces de la capacidad del Masterplan de
conseguir la interdependencia de los edificios, integrándolos en un todo mayor,
visual y funcional, canalizando flujos y movimientos en espacios urbanos cuya
identidad y legibilidad no podía depender de los edificios mismos, sino de su
interacción. De unas condiciones de relación donde la totalidad y las partes
estuvieran, desde el inicio, integradas en alineaciones y perspectivas,
aperturas y cierres visuales, recorridos y plazas, el flujo de desplazamientos
y la dirección de marcha. En fin, por todas aquellas cuestiones que resultan de
la coordinación orquestal de los llenos (edificios) y los vacíos (el espacio
público).
El planteo para
el Campus se rebela contra la simplicidad y regularidad esquemática de la ciudad higiénica del Siglo XIX, para
volver a mirar la complejidad de la Viena histórica, estableciendo un recorrido
irregular para generar perspectivas siempre cambiantes, permitiendo que el
espacio fluya, pero cerrando las vistas, invitando a una exploración, a un
movimiento incentivado por la sorpresa y por la propia acción de desplazarse. Esa
intensidad de acontecimientos y complejidad espacial abre los posibles
recorridos siempre en más de una dirección, invitando a una actitud
exploratoria que tiene reminiscencias situacionistas pero que, sobre todo,
habla de un futuro abierto.
Esta nueva complejidad no se confunde con la de la ciudad histórica, pero le
reconoce una intensidad de acontecimientos que es el preludio de la intensidad
de relaciones humanas que se espera para el campus. Se confía en lo prolífico de encuentros aleatorios,
discusiones no planeadas y coincidencias circunstanciales. Es lo imprevisto de la vida urbana lo
que, se espera, dará lugar a lo nuevo, lo que remite a la noción de la vida
como una fuerza diferenciadora y creativa, sugiriendo que cuanto más intensas
sean las relaciones humanas, tanto más fructífera será la vida urbana.
El campus se
muestra como una pieza relativamente compacta pero porosa, permeable, que
invita a ser atravesada por múltiples fisuras además de los puntos de entrada
más visibles. La percepción de una interioridad se hace evidente en sus
espacios públicos, que se recorren a través de un movimiento de arco que
conecta en sus extremos con los principales puntos de llegada, que a su vez
conducen a las estaciones del subterráneo. Tensionado por esa proximidad, el
recorrido se curva suavemente y, al hacerlo, produce también unas vistas
siempre cambiantes, enmarcadas por la arquitectura de cada
uno de los edificios individuales.
Los distintos edificios del Campus se supeditan a una ordenación general, una torre, lo anuncia con su
forma, se erige como llamador y actúa como
rótula, llevando suavemente a girar hacia el recorrido interior. La torre pertenece simultáneamente a estos dos paisajes, estableciendo un
vínculo visual entre el barrio y el Campus, dando identidad y presencia al
ingreso. El recorrido es flanqueado por edificios alargados, que
dan linealidad al espacio y nos ofrecen la perspectiva en escorzo de sus
fachadas, dramatizando la sensación de movimiento y dando dinamismo cambiante a
las perspectivas, rasgo de sensibilidad pictórica que recupera la tradición
romántica de una refinada sensibilidad pintoresca. El punto culminante de este
estimulante paisajismo urbano, y su
interés por recuperar un "arte cívico" es, el voladizo de la Gran Biblioteca
asoma a la vista anticipando su presencia. Así como la aguja de
las catedrales medievales anticipaba su presencia sobresaliendo por sobre las
estrechas calles, el gran voladizo de la Biblioteca hace las veces de una aguja
horizontal que irrumpe en la perspectiva antes que pueda verse el edificio que
lo sostiene.
Es un efecto que señala la plaza de mayor tamaño e importancia, el baricentro
del campus. Un rasgo de paisajismo urbano estratégicamente concebido el propio Masterplan, que lo especificaba con precisión en su plan de masas.
La intensidad de los espacios públicos es la clave de
la unidad del Campus, y ello se consigue, separando el
espacio urbano interior del espacio indeterminado y fluyente del parque. Pero
también con la deliberada tensión que la proximidad de los edificios crea en el
recorrido longitudinal, abriendo y cerrando alternativamente el canal del
camino para dar lugar a un collar de pequeñas plazas encadenadas. Los edificios presentan un borde al espacio público a la vez que regulan
la relación con el predio de la Feria, con el que originalmente debía haber
completa permeabilidad. El carácter longitudinal que el Masterplan asignaba a
estos edificios persigue el propósito de orientar el recorrido. La secuencia de eventos que ofrece el recorrido no está señalada solamente
por los efectos visuales, también es acompañada por las actividades que ofrece,
alternando el movimiento lineal con plazas que funcionan como remansos del
recorrido. Cada una de estas pequeñas plazas tiene un rasgo característico que
invita a una relación particular con el lugar, motivos que señalan estas particularidades,
refrendadas en la minuciosa arquitectura del paisaje. Alternando espacios
verdes y secos, espejos de agua y diversas formas del equipamiento al aire
libre, cada plaza ofrece un clima diferente e invita a una variedad de
situaciones.
La relativa especialización de los espacios
exteriores es también un recurso del Masterplan para activar las interacciones
humanas, pues si bien cada una de estas plazas está en obvia relación de proximidad
con los edificios que enfrentan como su natural expansión al aire libre, la
particularidad de cada plaza ofrece un motivo para desplazarse, alentando un
movimiento dentro del campus.
La idea no se expresó en un
deseo de uniformidad, sino en un tipo de funcionamiento orquestal en el que
cada particularidad conservara su individualidad, pero también se articulara coherentemente
en el conjunto.
El espíritu que animó la propuesta fue el de una forma
abierta, no terminada en sí misma, pues estaban interesados en ciertas
condiciones de fertilidad tanto para el proyecto como para la obra o para la
vida que el campus iría a albergar.
Esta actitud
responde a un realismo que no idealiza lo construido, sino la aspiración a un
campus integrado a la ciudad e integrador de actividades, una invitación a una relación abierta y permeable con la ciudad existente. Estableciendo relaciones visuales cambiantes, recorridos que ofrecen siempre
una opción alternativa, ofreciendo la posibilidad de actividades libres,
indeterminadas, múltiples, superpuestas.