“Lento
en mi sombra, con la mano exploro
Mis invisibles rasgos. Un destello
Me alcanza. He vislumbrado tu cabello
Que es de ceniza o es aún de oro.
Repito que he perdido solamente
La vana superficie de las cosas”
Un ciego. J.L Borges
Lo
visible, afirmó Berger, no existe en ninguna parte. No sabemos de ningún reino
de lo visible que mantenga por sí mismo el dominio de su soberanía. Tal vez la
realidad, tantas veces confundida con lo visible, exista en forma autónoma.
Lo
visible no es más que el conjunto de imágenes que el ojo crea al mirar. La
realidad se hace visible al ser percibida. Y
una vez atrapada, tal vez no pueda renunciar jamás a esa forma de existencia
que adquiere en la conciencia de aquel que ha reparado en ella.
La forma
en que miramos y vemos, implica tal vez la primera gestación proyectual: sea
este acto consciente o no. Lo que sabemos o lo que creemos afecta el modo
en que vemos las cosas.
Solamente vemos aquello que miramos. Y
mirar es un acto voluntario, como resultado del cual, lo que vemos queda a
nuestro alcance. Nunca miramos solo una cosa; siempre miramos la relación
entre las cosas y nosotros mismos.
Lo visible puede permanecer
alternativamente iluminado u oculto, pero una vez aprehendido forma parte
sustancial de nuestro medio de vida.
Toqué
las piedras con mis manos;
seguí la línea ondulante,
imprevisible,
como la de
los ríos,
en que se juntan los bloques de roca.
En la oscura calle,
en el
silencio,
el muro parecía vivo,
sobre la palma de mis manos
llameaba la juntura
de las piedras que había tocado.
José
María Arguedas, Los ríos profundos
Tocar algo es situarse en relación con algo. Sennet nos habla de ver con las manos a través de la experiencia realizada por Hobbes quien pidió a varios jóvenes que indagaran en una habitación oscura en la que había todo tipo de objetos raros. Abandonada la habitación les pidió que describieran lo que habían “visto con las manos”. El lenguaje que utilizaron fue mucho más agudo y preciso que el que les era habitual en un espacio iluminado. Explicó esto mediante la idea de que en la oscuridad, se trataba de “asir un sentido”, estímulo que sirvió para expresarse con mayor precisión ya en la luz y desaparecidas las sensaciones inmediatas.
Los movimientos de las manos, asimilados como conocimiento implícito, se convertían en parte del acto de mirar hacia delante. Para el músico de orquesta, el director se manifiesta visualmente y con una ligerísima anticipación en la indicación del sonido, indicación que el ejecutante registra también una fracción de segundo antes de producirlo.
La ciudad también es el producto de nuestra
experiencia individual y se enriquece a través de la auto reflexión. La ciudad
se multiplica en invisibles experiencias personales creadas en la segregación
de las impresiones, los estados anímicos, la relación de las ideas y los
pensamientos.
Pero el significado de la ciudad no es la
mera suma de todos los significados
particulares, sino que emerge de la articulación que los traba. Es aquí donde
surge la idea de “paisaje urbano”, de la trabazón estructural sobre la que se
apoya la visión del conjunto configurando una unidad de percepción.
El ojo que ve, el sujeto que contempla y
percibe, no es ingenuo. La cultura con todos sus estratos, dirige la mirada,
establece categorías, impone condiciones.
El escritor italiano Ítalo Calvino, en su obra Las ciudades invisibles, traspasa la frontera del reconocimiento social de un entorno y realiza un viaje al interior de la conciencia para descubrir todas las posibles ciudades imaginadas, percibidas y soñadas de la ciudad de Venecia. Existe en su narración una extensa riqueza de interpretaciones y variaciones perceptivas de un mismo entorno urbano. Calvino nos describe una ciudad discontinua en el espacio y el tiempo, dispersa, siempre en espera de ser aprehendida, percibida, comprendida, interpretada.
Cualquier espacio urbano puede
transformarse en paisaje a través de la mirada consciente y la imagen poética.
Es entonces cuando el entorno adquiere unas cualidades excepcionales,
distintivas y emocionales. Las imágenes poéticas transmiten aquellos valores
sensoriales que hacen que un espacio sea significativo. Las imágenes poéticas
describen el sentimiento, el deseo y la motivación paisajística.
Una imagen objetiva nos muestra el entorno
en su materialidad empírica. Una imagen poética nos describe un modo de pensar,
de ver y de sentir.
La mente selecciona una información visual,
la aísla, la organiza, la interpreta y la representa. La ciudad adquiere una dimensión
fenomenológica cuando existe una relación del individuo con su entorno.
La
marca de lo individual (lo Singular)
supone una determinación,
una localización
específica,
capaz de anclar un sujeto al sitio a través
de un sentido del
territorio.
Alison y Peter Smith
El entorno construido y natural que
habitamos constituye el “mundo de vida: el mundo espacio-temporal de las cosas
tal y como las experimentamos en nuestra vida, tal y como las sabemos
experimentables, más allá del hecho de que sean experimentadas. Dicho conocimiento
se fundamenta en el mundo de los sentidos, de la intuición y de la apariencia
sensible. El estudio del “mundo de la vida” requiere de una intuición
experimental “sensible”, puesto que todo aquello que se presenta como algo
concreto, que posee corporeidad, también posee una propiedad psíquica o
propiedades espirituales.
El “mundo de la vida” reúne lo
experimentado, lo recordado, lo intuido
y toda forma de inducción, de lo posiblemente perceptible, con el
potencial de ser recordado. El “mundo de la vida” no está definido por como es
la realidad, sus propiedades, sus relaciones, su estructura, o sus leyes
internas, sino que es un mundo “subjetivo-relativo” y a la vez múltiple. En
este mundo la realidad se ve, se palpa, se huele, se oye y consecuentemente, se
multiplican los modos de su representación sensible, que permiten comunicar
aspectos diferentes y distintivos de la realidad.
A
lo lejos, escuchaba rogar
a las fuentes de la tierra.
Gastón Bachelard
Para Berque, el entorno no es un objeto físico, sino una relación existencial; la relación que establece una sociedad con éste. En su trabajo Las razones del paisaje remarca la ambivalencia del término ecúmene, porque tiene a la vez una naturaleza física, entendida como entorno, y una naturaleza fenomenal, entendida como paisaje. Su significado depende de lo físico y lo fenomenal, lo ecológico y lo simbólico, lo factual y sensible. El entorno es entonces simultáneamente, significación, percepción, sensación, orientación sentido afectivo, como “relación”.
El Michael
Polanyi lo llama «conciencia focal» y recurre al acto de clavar un clavo: cuando
dejamos caer el martillo no sentimos que su mango nos ha golpeado la palma,
sino que su cabeza ha dado en el clavo... De la sensación en la palma de la
mano tengo una conciencia subsidiaria, que se da integrada en mi conciencia focal
de clavar el clavo.
Si pudiera expresar esto mismo de otra
manera, diría que ahora estamos absortos en algo, que ya
no somos conscientes de nosotros mismos. Nos hemos convertido en la cosa sobre la cual estamos
trabajando.
Transitamos ese momento mágico, suspendido
en el tiempo, que combina instantáneamente la percepción inmediata con lo ya
sabido y desemboca en el lenguaje de la sorpresa y la pregunta.